19 julio, 2010

Instantes con un desconocido


Sin tanto que mencionar (no encuentro cómo acomodarlo más bien), es tarde ya, con algunas dudas y respuestas que se me atoran en la garganta, la mente y las manos, no sé cómo demonios pasarme todo esto, de tajo.

Unos días vacíos, otros de desventura, esperando unos resultados
y con unos ojos que no quiero mostrar por hoy. Mal y de malas...

La ciudad vieja me trajo días atrás un hombre joven, convencido de que "siempre hay alguien peor", "cuando usted se sienta mal, nada más acuérdese señorita que usted no está en ese lugar". ¿Con una noche más sañera que ésta?, ¡cómo no! pensé para mí y en verdad no me consoló aquélla frase. Yo sólo me podía ver jodidamente mal. Aquélla frase no me venía a mí, éste es mi propio dilema, unas cosas las he propiciado yo mientras otras vinieron gratuitas y no sé de dónde; y lo que me inquieta entonces sólo es un mal pasaje para mí, sufro de ello y no lo de los demás.

Sin embargo, la forma de llegar a mí, hablarme y la disposición a escuchar lo que se me ocurriera sacar, aquél rostro invitándome a guacarear mis pesadillas me brindaron un momento de paz: yo de noche, en un callejón pestilente, perdida, con miedo, sin dinero encima y con el corazón arrastrando. Señorita usted se ve mal, si me permite decirle, no creo que usted sea así, va a pensar que soy un metiche, pero de verdad no me gusta ver a una mujer así. Ustedes son hermosas y alegres, no merecen estar así como usted hoy. A que los ojos de las mujeres deben brillar pero no por las lágrimas... Continuó hablando por espacio de diez minutos él sólo, porque yo no habría atindo a contestarle nada. Ni ánimo ni ideas. Nada más lo escuché. Cuando éste extraño terminó con sus palabras buscando alentarme aunque fuera un poco, nos mantuvimos en silencio un rato, ahí fue cuando pude ver en él un dolor muy viejo y hondo, un reflejo en esos ojos claros, curiosamente sentí más tristeza ahora por él. Entonces soltó sin pensarlo su historia. Terminó y sólo pude ver el asomo de querer llorar conmigo, pero se contuvo y no lo hizo. Se despidió y me deseó mejores momentos.

Se fue lentamente sobre las banquetas llenas de charcos, aún llovía y en el cielo no asomaba el sol. Silbando y cantando, igual que como llegó. No le quité la mirada de encima hasta que se perdió lejos como una hormiga enana rodeada de luces amarillas parpadeantes sobre el reflejo del agua que emitían los semáforos. Lo curioso es que quedándome ahí parada ya no sentí esa soledad tremenda que me carcomía un par de horas atrás, tampoco el miedo ni las lágrimas.

Me contuve entonces y busqué refugio en la entrada de una tienda (de esas que no cierran nunca), ahí pasé unas cuantas horas hasta amnecer y desentumecer un poco el cuerpo (el ánimo y el cerebro) con el primer calor del día. De regreso a casa y con una de esas experiencias que sólo guardo para mí.

Aquél día pasé por todo estado de ánimo, yendo de lo más grato (y deseable) hasta la más honda aflicción. Reconozco pasados los días en aquél hombre un consuelo y que efectivamente estaba más jodido que yo. Varios puntos de reflexión importantes para mis adentros me dejó el escuchar a éste joven, no obstante me sigue brincando la noción de "sentirme mejor cuando encuentre alguien en peor condición que la mía".
Hay algo que no encaja en compararme con otros que se encontraran en peor situación, (cualquiera que fuera ésta).

Un extraño en la noche que pudo ver tanto de mí en unos instantes.
Me habló como pocos lo han hecho, con interés genuino por hacerme sentir mejor y sin pedir nada a cambio, sólo consolarme y tratar de dar en el clavo con sus palabras.
Lo hizo a su manera, breve, sencillo y lo agradezco.
Ni siquiera atiné a preguntarle su nombre.

4 comentarios:

BELMAR dijo...

Solemos buscarnos
en la esquina...
Un abrazo para ti.

Jezabel Kein dijo...

Igual Belmar, cada esquina trae cosas nuevas ;-)

Anónimo dijo...

Con este escrito tengo algunas ganas de llorar, es que me he identificado con una situación que me llegó parecida, nada que elgunas veces también me he pasado las de llorona afuera de casa y no es tan fácil hacerlo con desconocidos, pero bueno si están a la mano y ya no se contienen los amres salinos...

Me traes buenos aunque tristes monentos, saludos Jezabel

Almita Ruíz

Jezabel Kein dijo...

Si lloramos a mares, está bien, lo malo es quedarnos con todo ello adentro. Ni se puede Almita