30 marzo, 2010


Conocí cierto día un chico, amigo de mi hermana, de reacción ágil, buen temple, con esa constante chispa corriendo de los ojos a las manos. Niño inquieto ante lo que se ve y oye. Algunas cosas platicamos, nos reímos, o nos pusimos serios. Más de un par de veces mientras escuchaba su parecer me pareció encontrar a un digno miembro de casta de los guerreros, los que forman con sus manos sus propios arcos y salen a buscar ágiles a la selva toda clase de aves o felinos, de los que siembran y cosechan su propia historia.

De los que hacen música y poesía al llegar la noche...

Ayer me pareció verlo en mi jardín tan nítidamente, explotando en una de esas carcajadas tan suyas, la juventud en esa mirada y el reflejo de algo común como generación de hace más de 10 años, con aquéllos días que me traen tantas cosas divertidas y emocionantes a la mente. Y allí él acariciando mi cabello, en una cercanía como amigo.

Louis, ¿a dónde perteneces ahora?

Conosco de hace más de un año los hechos de tus últimos días y en el fondo nunca los creí realmente ciertos. No fuiste tú el que llegó a ese extremo y nunca imaginé siquiera que fueras tú la víctima real de ese caos.

Nada. Justo me quedé con el recuerdo de esa expresión tan franca y rebelde, una sonrisa plena y el brillo en tus ojos.

No hay comentarios: