17 junio, 2011

Se acepta amar

Un par de veces he cruzado su conversación por mera casualidad, dos modernos caballeros de temple urbano deciden soltarle al viento sus secretos, detallar los años de abandono, las noches que no concilian sueño y llenan de café o alcohol con tal de sentir que avanzó la noche, y los días repletos de canciones viejas ladradas por sus vocerrones, auyando hasta insultar la vida y a las demás mujeres porque se puede... Porque se quiere que (de llegar a enterarse) a alguien más le duela.

Pasados los años el necio abarca en su abrazo la idea de muerte, la fija idea desangrante de partir el corazón y molerlo hasta que no quede nada, ni la sombra de quien fuera la amada. Maldice, escupe, se regocija a sabiendas que en su mente dejará de existir ella, cae dormido soñando que ha cometido el exorcismo final como un desenlace a toda preocupación.

Un comentario más en su escenario virtual, las palabras se asoman y buscan con tremenda agilidad al hermano de la noche. "La he olvidado, mira, aparece aquí muerta, no más ella, ni existe". Hondo encanto y amplias sonrisas sellan el hecho - no más Fátima, no más llanto- Ambos en paz.

A la mañana siguiente a nadie le asombra que aquél caballero en un acto en extremo irracional visite de nuevo la sombra de Fátima, rasca sin más penas a su puerta y le pide perdón, lame su planta y le jura devoción -por piedad, déjame tan solo pronunciar tu nombre-

No hay reglas, ni se aprende nada, nadie le reclamaría la forma en que se arrastra o la forma en que decide amar.
-"En el corazón no se manda"- reza el dicho popular
Y así lo entendió él.

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